lunes, 17 de marzo de 2014

ANA AJMÁTOVA, tres poemas

Tension lia: ANA AJMÁTOVA







CRUCIFIXIÓN

                                                            No llores por mí, Madre,
                                                            si en la tumba yazgo.

I
El coro de ángeles alabó la gran hora,
y los cielos se abrieron en fuego y resplandores.
¡Por qué me has abandonado!, al padre implora,
y a la Madre, - Ay, por mí no llores.

II
Madalena se conmovía y lloraba,
el discípulo amado de piedra era,
y allí, donde en silencio estaba
la madre, nadie mirar osó siquiera.


EPÍLOGO

I
Vi cómo los rostros se ajan fácilmente,
cómo bajo los párpados el miedo brilla,
cómo – escritura acuñada – duramente
el sufrimiento se inscribe en las mejillas,

cómo rizos negros y rubiocenizos
de pronto de plata tienen su color,
en el tórrido julio y en frío feroz,
juntas conmigo bajo el ciego muro rojo.

II
De nuevo se acerca del recuerdo la hora.
A vosotras os veo, os oigo, os siento ahora:

a ti, que llegar a la ventana apenas pudiste
a ti, que no pisaste la tierra en que naciste,

a ti, que, sacudiendo la cabellera,
dijiste: Vengo aquí como si a casa fuera.

A todas por sus nombres quisiera evocar,
la lista me arrancaron y ahora dónde buscar.

He aquí una gran manta para ellas tejida
de pobres palabras de ellas oídas.

DE ellas me acuerdo siempre y por doquier,
ni en las nuevas desgracias las olvidaré,

y si me amordazan la boca de tormento atrita,
por la que un pueblo de cien millones grita,

que sea posible que ellas en su pesar me elven
en la víspera del día que a la tierra me lleven.

Y si en este país en un cierto momento
tienen la idea de  hacerme un monumento,

acepto que este homenaje me advoquen,
pero solo a condición – que lo coloquen

no junto al mar donde vine a nacer:
los últimos lazos con el mar desgarré,

ni en el parque junto al tronco venerable,
donde me busca la sombra inconsolable,

sino aquí ante las puertas donde estuvieron
mis pies trescientas horas y no me abrieron.

Porque temo en la muerte de dicha consueta,
olvidar el tronar de las negras furgonetas,

olvidar la odiosa puerta de golpe cerrada,
y el grito de la anciana como bestia lanceada.

Y ojalá en los párpados sin vida
como lágrimas corra la nieve fundida,

y la paloma de la cárcel arrulle en la tierra nueva,
y en silencio naveguen las naves por el Neva.



A LA MUERTE

¿Por qué no pues ahora – tú que seguro llegas?
Te espero – muchas son mis desgracias.
Ya apagué la luz y abrí la puerta,
a ti, cosa simple y extraña.

Toma para ellos no importa que aspecto.
Irrumpe tal proyectil envenenado,
o furtiva y con pesa, tal bandido experto
o con vapores de tifus impregnados.

O con un cuento por ti misma inventado
y al que ya hasta la náusea conocemos –
para que yo vea de la gorra azul el plato
y la palidez de miedo del casero.

A mí ya nada me importa. El Yenisei va removido.
Reluce la estrella polar
y el azul brillo de los ojos queridos
el último tormento cubrirá.

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