lunes, 28 de mayo de 2012

ADONIS, nuestro poeta para el primer lunes de JUnio

ADONIS EN ESPAÑOL
Adonis nació en el norte de Siria, en una familia alauí. Durante su infancia trabajó en el campo, pero ya en aquella época su padre le recitaba poesías, que le hacía memorizar. Adonis pronto mostró facilidad para la composición, y en 1947, con 17 años, tuvo la oportunidad de recitar un poema delante del presidente sirio Shukri al-Kuwatli; esto supuso su ingreso en una escuela de Latakia y después en la Universidad de Damasco, donde se licenció en Filosofía en 1954.
Pese a lo que se ha afirmado, el seudónimo de «Adonis» no se lo impuso el líder del nacionalismo sirio, Antun Saadeh, sino que fue el propio Ali Ahmad quien lo eligió tras haber visto sus obras rechazadas en varias revistas bajo su nombre real. En 1955, Said estuvo preso durante seis meses por ser miembro del Partido Social Nacionalista Sirio. Tras su liberación, se instaló en Beirut, donde fundó, junto con el también poeta Yusuf al-Khal, la revista Shi'r (‘poesía’). A partir de este momento, Adonis abandonó el nacionalismo sirio, para abrazar el panarabismo, al tiempo que renunciaba a buena parte de la carga política en sus obras.
Said recibió una beca para estudiar en París entre 1960 y 1961. Entre 1970 y 1985 fue catedrático de literatura árabe en la Universidad del Líbano. En 1976, fue nombrado profesor invitado en la Universidad de Damasco. En 1980, emigró a París para escapar de la Guerra Civil Libanesa, y durante unos años fue profesor de árabe en la Universidad de la Sorbona.[cita requerida]

FRAGMANTO DE EPITAFIO PARA NUEVA YORK


Epitafio para Nueva York



I



Hasta ahora hemos dibujado la Tierra como una pera.
                                            Es decir como un pecho.
Pero entre el pecho y la Tierra
no hay más que un artificio de ingeniería:
                                               NUEVA YORK,
cultura con cuatro pies. Cada distrito es un crimen
y un camino hacia el crimen. En la distancia
entre uno y otro, el lamento de los ahogados.

NUEVA YORK,
mujer, estatua de mujer
que alza en una mano un harapo llamado libertad,
una hoja de papel que llamamos historia,
mientras con la otra estrangula a una niña
cuyo nombre es Tierra.

NUEVA YORK,
cuerpo color de asfalto. Cinturón húmedo le ciñe las caderas,
            ventana cerrada su rostro... Me dije: Walt Whitman
            podrá abrirla –“Yo pronuncio la palabra prístina”–.
            Pero esa palabra no la oye más que un dios que no
            ha vuelto en lugar del poeta. Los encarcelados, los
            esclavos, los desesperados, los ladrones, los enfermos
            salen a borbotones de su garganta sin canal ni
            boca. Grité: ¡Puente de Brooklyn! Pero ése es el
            puente que une a Whitman con Wall Street, a la hoja
            de hierba con el papel del dólar...

NUEVA YORK / HARLEM
¿Quién viene en guillotina de seda, quién va en ataúd a lo
            largo del Hudson? ¡Derrámate, temporal del llanto!
            ¡Estrecháos, cosas del dolor! Rosas, jazmines, lo
            azul, lo amarillo y la luz afilan sus agujas y en la
            punzada nace el sol. ¿Ardiste, ay, herida oculta entre
            muslo y muslo? ¿Llegó a ti el ave de la muerte y
            escuchaste el último estertor? Una soga y el cuello
            trenzan la tristeza. En la sangre, la hiel del tiempo...

NUEVA YORK / MADISON / PARK AVENUE / HARLEM
El ocio imita al trabajo, el trabajo imita al ocio. Los corazones
            están hinchados como esponjas y las manos, llenas
            de aire como cañas. De los cubos de basura y las
            máscaras del Empire State, el tiempo levanta olores
            que se prenden de latas de conserva, latas:
                        No es ciega la mirada, sino el rostro.
                        No son yermas las palabras, sino la lengua.
NUEVA YORK / WALL STREET / 125 STREET / 5th AVENUE
Un espectro en forma de Medusa se alza entre hombro y
hombro. Mercado de esclavos de todos los sexos.
Los hombres viven como plantas de invernadero.
Miserables, invisibles penetran como el polvo en la
trama del espacio, víctimas de la sífilis:
            El sol es un cortejo fúnebre.
            El día es un atabal negro.





II



Aquí,
en la cara musgosa de la roca del mundo
no me han visto más que un negro al que iban a matar
y un pájaro que iba a morir.
Pensé:
Toda planta que habita un tiesto rojo crece,
mas yo me alejo del umbral.
Y leí:
Que las ratas en Beirut y en otras partes
se pasean burlonas por la seda de la Casa Blanca,
se arman con el papel de los documentos,
roen a la humanidad.
Que los cerdos que aún quedan en el huerto del alfabeto
hollan la poesía.

Y vi,
dondequiera que estuve:
Pittsburgh (International Poetry Forum);
John Hopkins (Washington); Harvard
(Cambridge, Boston); Ann Arbor (Michigan,
Detroit); Club de la Prensa Extranjera,
Círculo Árabe en la Sede de la O.N.U.
(Nueva York); Princeton, Temple (Filadelfia)

Vi
el mapa árabe como un caballo que golpea pesadamente el
suelo con sus cascos. Con alforjas que cuelgan como
el tiempo sobre la tumba o sobre la tiniebla más sombría,
sobre el fuego apagado o sobre el fuego que se
apaga. Mapa que descubre la alquimia de la otra dimensión
en Kirkuk y El Zahrán, en todo lo que hay
tras esas fortalezas de la Afro-Asia árabe. Ya madura el
tiempo en nuestras manos. ¡Ah!, preparamos la Tercera
Guerra y organizamos el Primer Departamento y el Segundo
y el Tercero y el Cuarto, para asegurarnos de que:
1. En aquel distrito hay un recital de jazz.
2. En esta casa hay un individuo que no tiene más que
    tinta.
3. En ese árbol canta un pájaro.
Y para advertir que:
            1. El espacio se doblega con la reja y con el muro.
2. El tiempo se doblega con la soga y con el látigo.
3. El Orden que construye el mundo es el que comienza
    con el asesinato del hermano.
4. El sol y la luna son dos monedas que fulguran bajo
el trono del Sultán.

Y vi
nombres árabes en la anchura de la tierra más convexa que
el ojo, nombres árabes que brillan como una estrella
fugaz “que no tienen progenitores y sus pasos son sus
raíces...”

Aquí
en la cara musgosa de la roca del mundo, sé y acepto. Recuerdo
una planta que llamo vida o pueblo mío,
muerte o pueblo mío –Aire helado como las sábanas,
rostro que mata el juego, ojo que ahuyenta la luz–.
¡Y soy el primero en lanzarme contra ti, ah, pueblo
mío!
      Bajo a tu infierno y grito:
      ¡Verteré sobre ti un elixir ponzoñoso
      y te daré larga vida!

Y confieso: Nueva York, tienes en mi país la tienda y el
lecho, la silla y la cabeza. Y todas las cosas a la
venta: el día y la noche, la piedra de La Meca y el
agua del Tigris. Pero advierto: a pesar de ello, jadeas
exhausta en tu intento de vencer en Palestina, en Hanoi,
en el Norte y en el Sur, en el Este y en el Oeste,
a hombres que no tienen más historia que el fuego.

Y digo: Desde Juan el Bautista, cada uno de nosotros lleva
            su cabeza cortada en un plato y espera su segundo
            nacimiento.





III



¡Desmoronáos, estatuas de la libertad! ¡Ah, alfileres clavados
en el pecho con una ciencia que imita la sabiduría de
las rosas! El viento sopla otra vez desde el Oriente y
arranca la loma de las tiendas y los rascacielos. Y
hay dos alas que escriben:
            Un nuevo alfabeto se alza en los montes de
                        Occidente.
            Y el sol nace de un árbol del jardín de Jerusalén.

Así enciendo mi llama. Comienzo de nuevo, moldeo y defino:
            Nueva York,
mujer de paja cuyo lecho se mece en el vacío.
Ya el techo se quiebra: cada palabra es el signo de
            una caída,
cada vocal es un pico o una pala.
Y a derecha e izquierda hay cuerpos que quieren
            cambiar el amor,
la vista, el oído, el olfato, el tacto.
Y para ello abren el tiempo como si derribaran
            una puerta
y en las horas restantes improvisan el sexo,
la poesía, la moral, la sed, la palabra,
el silencio.
Y destierran por siempre los cerrojos.

Incito a Beirut y a sus ciudades hermanas
            a que salten del lecho y cierren tras ellas las puertas
del recuerdo. Que se acerquen,
que se prendan a mis poemas y cuelguen el azadón
en el portillo del huerto, las flores en la ventana.
¡Consúmete en el fuego, historia de los cerrojos!

Dije: incito a Beirut.
– “Busca la acción. La palabra ha muerto”, dicen otros.
La palabra ha muerto porque vuestras lenguas abandonaron
la costumbre de la voz por la costumbre del gesto.
¿La palabra? ¿Queréis descubrir su fuego? Entonces,
escribid. Digo que escribáis; no digo que gesticuléis,
no digo que copiéis. Escribid. Del Atlántico al Golfo
Árabe no oigo una voz, no leo una palabra. Oigo
sólo un recuento de votos. Por eso no veo a nadie
que vaya derramando fuego.

La palabra es la más ligera de las cosas y lleva en sí todas
las cosas. La acción es un lugar, un instante. La palabra
es todos los lugares, todo el tiempo. La palabra
–la palma de la mano–, el sueño:
      ¡Te hallaré, oh fuego, protector mío!
      ¡Te hallaré, oh poesía!

Incito a Beirut. Ella me viste a mí y yo la visto a ella.
Galopamos como el rayo y preguntamos: ¿Quién lee,
quién ve algo aquí? Los Phantom de Dayyán y el
petróleo corren a su morada. Mao no se equivocó
–verdad de Dios–: “Las armas son un factor muy
      importante en la guerra, pero no el decisivo. El
      factor decisivo es el hombre, no las armas”. Y
      aquí no hay victoria ni derrota definitivas.

Repetí, al modo árabe, esta sentencia en Wall Street, donde
corren desde sus fuentes lejanas ríos de todos los
colores. Y entre ellos vi a los ríos árabes llevando
millones de cadáveres, víctimas y ofrendas al Gran
Ídolo. Al bordear el Chrysler Building para volver a
las fuentes, ríen entre las víctimas estrepitosamente
los marineros.

Así enciendo mi llama.
Habitemos el clamor negro
para llenar nuestros pulmones con el aire de la historia.
Alcémonos en los ojos negros, cercados como tumbas,
para vencer al eclipse.
Viajemos en la cabeza negra
para escoltar al sol que llega.


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