EL BLOG DE TOMÁS
¿QUIÉN ME HACE CIUDADANO?
Querido Matías Vegoso:
- -Supongo que tienes razón cuando dices que la única manera de salir de la crisis es ayudar a los bancos e incluso a los agentes financieros. Digo supongo porque es claro que ni tú ni yo tenemos datos suficientes para estar seguros. Reconozco sin embargo que cuando me indigno de que el bono que recibió uno de esos mangantes que han arruinado a media humanidad sea el equivalente de mil seiscientos y pico años de salario mínimo (norteamericano; en salarios mínimos mexicanos debe ser el doble o más), no por estar de sobra justificada mi rabia ayuda en absoluto a resolver el problema. Pero una cosa es aceptar, si es que lo aceptamos, ese remedio inevitable, y otra negar que la situación que obliga a ello es absolutamente inmoral. Es posible, aunque no seguro, que esas medidas profundamente injustas nos saquen de un atolladero vergonzoso, pero eso no quita que las medidas son injustas y el atolladero vergonzoso.
- -A mí personalmente eso de que nuestras vidas dependan tan sin resquicio de los bancos no me parece una necesidad metafísica tan ineluctable como parece creer casi todo el mundo. Me doy cuenta de que en la vida civilizada el margen de libertad y autonomía del individuo es ridículamente exiguo. Casi no hay gesto de nuestra vida que no esté minuto por minuto estrechamente condicionado por toda la civilización que nos rodea; somos absolutamente dependientes de la organización social y laboral, de la tecnología, de la producción industrial, del suministro de bienes y servicios, y encima de todo eso, de las autoridades, de los que tienen más poder de decisión que nosotros, además de los que vigilan las buenas costumbres y la corrección de nuestro pensamiento y nuestra acción. Pero en medio de estas condiciones generales me parece que los bancos y los agentes financieros no han existido siempre, y que en su forma desarrollada y completa están más o menos ligados a una época de la historia que solemos asociar con la democracia. Ahora bien, el ideal democrático es el ideal de preservar y ensanchar hasta donde sea posible el margen de libertad y autonomía de los ciudadanos. La democracia aspira a garantizar la autonomía del individuo frente a lo que la domina y atropella, la fuerza bruta, las desigualdades supuestamente naturales, los abusos del poder o de la astucia ilegítima. El Estado democrático se supone que está por encima de la fuerza, del privilegio, de la violencia, del dinero.
- -Si no estuviéramos tan acostumbrados a ello, ¿no debería parecernos monstruoso que ciertos servicios no esté permitido contratarlos si no tiene uno una cuenta en el banco? ¿Quién es el garante de un contrato, el gobernante, o el banquero? Alguna vez te conté mi escándalo cuando me enteré, estando en Francia en los tiempos de De Gaulle, de que se había promulgado una ley según la cual todo individuo sorprendido por la policía con menos de cinco francos en el bolsillo pasaba automáticamente a la cárcel. Abismal abdicación del Estado, según yo. Del Estado democrático, tenlo en cuenta. Porque es absolutamente esencial para el poder del Estado que él detente la capacidad de determinar quién es ciudadano y qué derechos tiene. Si es el dinero el que define la calidad de un ciudadano, la democracia ha fracasado radicalmente.
Hace poco una institución internacional me contrató para dar una conferencia. Para extenderme el contrato, me exigían pruebas, incluso confidenciales (¿será eso legítimo?) de que yo tenía una cuenta bancaria. ¿Quiere esto decir que quien no pruebe ser cuentahabiente no está autorizado a dar conferencias pagadas en los organismos internacionales (ni no pagadas, supongo)? Hay sin duda criterios razonables y perfectamente legítimos para escoger quién da una conferencia en un organismo internacional. Fuera de estos criterios, dar esa conferencia es un derecho de cualquier ciudadano. Si se le pide esa prueba bancaria, quiere decir que sólo son ciudadanos los clientes de los bancos. ¿Es eso democrático? Y eso sin contar que si el Estado me obliga a ser cuentahabiente, me obliga a enriquecer, quieras que no, con un porcentaje de mi dinero, a una empresa que así aumenta la desigualdad entre ella y otras empresas menos rentables. ¿E eso igualitario, es decir democrático?
Bien sabemos hasta qué punto el poder del dinero se impone a menudo sobre el poder del Estado. Pero la historia de la democracia es la historia de la resistencia del Estado frente a esa presión y ese chantaje. Que esa resistencia nunca desapareció del todo es lo que está claro estos días, cuando el estrecho margen de decisión que los Estados democráticos lograron preservar se revela como nuestra única tabla de salvación. Sería estúpido no aprovechar semejante oportunidad para redefinir con más claridad, más justicia, más democracia, los límites del dinero, de los bancos, de las finanzas, y la autonomía del ciudadano como ciudadano, es decir como sujeto de derechos garantizados por el estado y no otorgados graciosamente por los bancos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario