sábado, 7 de febrero de 2009

aqui los que nos silbaban, rebeldes vagabundos


Eran los años sesenta, clandestinos y hambrientos de caminos, con los mapas de los horizontes desdoblados sobre los grises duros de lo perdido, inconscientes como siempre que la piel se muda como la luz, jóvenes con la ignorancia fresca y la pasión tatuada por la generosidad, nos llegaba todo o casi todo como restos de un naufragio y es que la orilla sobre la que dibujabamos el mundo a cada instante, era la trastienda de un cementerio que los mayores nos ocultaban con el empeño de que fuéramos hombres de provecho.
Y poemas y música y las muchachas, mas bien, la piel de sus vuelos, nos llenaban las manos del corazón de promesas, sueños, inventos, itinerarios, partidas y regresos sobre fronteras llenas de países a ambos lados, con sus fabulosas lenguas que hacíamos nuestras por ósmosis. Y en algún momento, sin un solo policía que nos identificara por el olor a rabia y a insoportable inseguridad que el propio poder nos provocaba.
Y ahí estaban todos estos, a retazos, a trozos, a cachos, con los cuales les inventabamos del tamaño de nuestras cosas: rebeldes, incansables nómadas, fervorosos ateos, generosos hasta compartir las calles, leyendo a gritos todas las canciones de loa Tierra.

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